Sucede que, en mi oficio de inspector de libertad vigilada, tengo que viajar algunas veces a la cárcel de Roxtuna, a preparar la salida condicional de algún ladronzuelo o bravucón que le ha quitado la vida a otro. Tan pronto como me acerco a la sombría puerta de la prisión, no puedo dejar de pensar en el poeta Tomas Tranströmer.
¿Tendría él esa misma sensación de frialdad que experimento yo al arribar a dicho centro carcelario? Pregunto esto porque, en aquella cárcel,Tranströmer trabajó durante un tiempo como psicólogo de reclusos.
Pero narremos, en cortos trazos, la vida del poeta, que ayer fue declarado merecedor del Nobel de Literatura. Todo empezó cuando un periodista llamado Gösta sedujo a una maestra de escuela de nombre Helmy. De esa relación tormentosa nació el vate, el 15 de abril de 1931. Era día de primavera en Estocolmo. A los pocos años de haber nacido Tomas, su padre abandonó la casa. Esta separación le ocasionó al chiquillo un "momento de pánico", una huella indeleble, ya que por esos tiempos el no tener padre era asumido con ojos maliciosos.
En la escuela primaria, después de leer el libro que narra el viaje de Nils Holgersson encima de un ganso salvaje, aprendió a ver el mundo con la perspectiva de un ave en vuelo. Por esa misma época, los misterios de la naturaleza empezaron a fascinarlo. La investigación de los mundos interior y exterior tanto de cosas animadas como inanimadas se convirtió en su principal interés.
A los 15 años, después de salir de un matiné, sufrió un ataque de calambres y una gran depresión se apoderó de él. No faltó quien afirmara que el joven Tranströmer había ido hasta la locura y regresado, gracias a la música, la cual utilizó para "espantar los diablos".
El piano, que antes tocaba por pasar el tiempo, lo tomó como el asunto más serio de la vida. Es útil agregar que la música, como tema, es recurrente en su obra poética.
El primero que divulgó sus poemas es el periódico del colegio donde estudia bachillerato. Los versos allí publicados levantaron, sin embargo, la ira del profesor de latín quien, además de no entenderlos, consideró al poeta en ciernes de irrespetuoso a la memoria del aeda Horacio. A pesar de ello, un día el rígido educador tuvo que hacer reverencia al paso del alumno quien, para aclarar dudas, compuso poemas, como los de Horacio, con métrica sápfica.
A los 23 años, debutó Tranströmer con 17 poemas. Entonces, los amantes de la poesía y los críticos literarios le dieron la bienvenida a un poeta en grande, talentoso. Dos años más tarde, habría de graduarse de psicólogo, y vendría el trabajo en la Universidad de Estocolmo, después en la cárcel de Roxtuna y, por último, en el Departamento de Mercado Laboral en la ciudad de Västerås.
A la edad de 35 años, el Estado sueco le otorgó un salario vitalicio para que así pudiera dedicarse solo a escribir. Sin embargo, la obra de Tranströmer no es colosal en volumen. Durante cuarenta años ha escrito una palabra por día. Pero una sola de sus poesías puede abarcar 200 páginas o, en contraste, las tres líneas de métrica 5-7-5 que caracterizan al haiku, ya que Tranströmer es en Suecia el maestro de este tipo de poema japonés.
El 28 de noviembre de 1990 sufrió una apoplejía, que lo condenó a ser un poeta sin lenguaje oral. También le paralizó la parte derecha del cuerpo. Hoy, a menudo se lo ve sentado al piano, tocando con la mano izquierda.
No hay premio literario en los países nórdicos que Tomas Tranströmer no haya recibido, a excepción del Premio Nobel de Literatura, del cual cada año sus lectores nacionales e internacionales esperaban con vehemencia que le fuera concedido.